domingo, 10 de julio de 2011

La llegada de los radicales

Durante el transcurso de muchos ciclos, la vida en la célula había sido bastante tranquila.Todas las funciones estaban bajo un finísimo control, que se veía rara vez alterado: y cuando así era, sólo duraba poco tiempo, el suficiente para que los programas génicos adecuados se pusieran en marcha para recuperar de nuevo el equilibrio. Las proteínas necesarias en cada momento eran sintetizadas en la cantidad necesaria, y cuando ya no se necesitaban eran debidamente degradadas. Era éste un proceso natural y en absoluto dramático. Todas las proteínas conocían su función, el orgánulo en el que debían realizarla y el tiempo exacto que debía durar su actuación. Desde el núcleo, los factores de transcripción, ribosomas e histonas se ocupaban de que la expresión génica no se viese alterada, y ponían en práctica las órdenes que llegaban desde el mismísimo exterior, activaban los receptores de la membrana plasmática y ponían en marcha las legiones de quinasas y demás efectores. En resumidas cuentas, nadie se salía del esquema definido.

Hasta que llegaron los radicales.




Nada alertó a las demás proteínas de lo que se avecinaba. Para cuando se quisieron dar cuenta de la presencia de los radicales, su número era lo bastante grande como para resultar amenazador para el equilibrio saludable. Al principio no hicieron mucho ruido; eran pocos y enseguida eran reducidos por la maquinaria responsable de ello. Pero sin saber cómo ni cuando, consiguieron escapar de estos mecanismos lo suficiente como para acumularse en un rincón donde las pobres proteínas que pasaban por su lado eran oxidadas sin remedio, formando a su vez parte del problema. En poco tiempo, ciertas regiones se hicieron intransitables: los radicales se dedicaban a atacar a todo cuanto pasaba por su lado, sin importarles si se trataba de proteínas, azúcares o vesículas. Les daba igual, lo único que querían eran armar jaleo, llamar la atención, y sobretodo, atacar el orden establecido. Sólo tenían una manera de proceder, y era una manera radical. Así que tuvieron que tomarse medidas serias.

Desde el núcleo se dio la orden de expresar una gran cantidad de enzimas capaces de neutralizar la amenaza: catalasas, superóxido dismutasas... un ejército de proteínas que se lanzaron sin piedad sobre los radicales. Consiguieron neutralizar a muchos de ellos, anulando su hiperreactividad y convirtiéndolos en mansas moléculas con todos sus electrones ocupados... pero no podían con todos. El estado de excitación de los radicales era tal, que apenas aguantaban quietos: se lanzaban sobre la proteína más cercana, destruyendo puentes disulfuro y alterando drásticamente su estructura. Unos cuantos se dirigieron hacia el núcleo, esperando poder atacar directamente al poder establecido: el ADN era el responsable de su eliminación, y por tanto debían acabar con él.

Pero entre todos estos radicales, había algunos que dudaban de estar haciendo lo correcto. Estaban de acuerdo en que la célula no cumplía con sus necesidades, no les permitía desahogar su energía como ellos necesitaban, pero no estaban tampoco seguros de que actuar de esa manera violenta y descontrolada fuera algo que estuviese bien. Estos pocos rebeldes dentro de los rebeldes se alejaron del núcleo, y mantuvieron una acalorada discusión acerca de cómo actuar. Mientras, a su alrededor, sus compañeros gritaban violentas consignas como "¡Radicales libres, contra la opresión celular!" o "¡Muerte a la dictadura del Genoma!", y las enzimas acudían en tropel para acallar la revuelta.

Y entre todo aquel hervidero de proteínas oxidadas, un solitario ión superóxido reflexionaba, abatido, sin saber qué hacer: ¿cómo es posible, se decía a sí mismo, que compartiendo tantas características atómicas con otras moléculas orgánicas, no podamos entendernos? ¿Acaso unos cuantos electrones de más o de menos les hacían tan distintos¿ Se preguntaba cómo habían llegado a ésto, y si existía alguna situación en que su efecto no causase destrozos, daños irreparables y perjuicios a largo plazo.

Perdido en estas meditaciones, no se dio cuenta de que una superóxido dismutasa se había lanzado sobre él. En una fracción de microsegundo, se vio rodeado de extraños átomos que jamás había visto, intercambió electrones y protones, y tan rápido como todo había empezado, terminó. 

Y dejó de ser él mismo. Dejó de ser un ión superóxido, energéticamente inestable, inquieto, sin rumbo ni destino conocido, para formar parte de una molécula de peróxido de hidrógeno. Se sentía estable, tranquilo, pero aún le faltaba algo. Aunque ahora ya sabía lo que debía hacer. Se dejó llevar por el citosol, sabiendo que tarde o temprano cualquier peroxidasa se toparía con él, y de nuevo lo transformaría. O más bien, repartiría sus átomos de nuevas maneras, convirtiéndolo bien en un nuevo radical, bien en una molécula de agua. Había alcanzado un nivel de consciencia distinto, superior: no albergaba ninguna duda, no necesitaba desahogar un frustrante acúmulo de energía. Y entonces fue consciente, más que nunca, de que sus átomos irían y vendrían, y formarían parte cada vez de estructuras distintas, y que todas ellas tendrían una función en la célula. Y esos mismos radicales que aún seguían exaltados, intentando huir de las enzimas que los acosaban, también tenían su función, aunque ni siquiera fueran conscientes. 

Había un equilibiro que estaba más allá de sus deseos, y daba igual el bando en el que pretendiesen estar: tarde o temprano, acabarían en el otro. 




Esta entrada participa en la VI edición del Carnaval de Química, organizado en esta ocasión por Argi en el blog Divagaciones de una investigadora en apuros.


3 comentarios:

  1. Como siempre, tus aventuras biomoleculares tienen intriga y emoción hasta el final. No he podido evitar que mi cabeza asociase la historia de los radicales con algunos acontecimientos recientes que hemos podido ver en todos los telediarios. A veces, los seres humanos nos comportamos exactamente igual que las moléculas. Pero esto sería otro debate.

    Muchas gracias por tu participación, Doc. Un placer leerte, como siempre.

    Un saludo, compañero.

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  2. Interesante reflexión molecular, sí señor...tanto para la vida como para el equilibrio de la fuerza... maestro...

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  3. Me ha encantado!!
    El Pequeño Jedi resistiéndose a la llamada del lado oscuro...Luke Skywalker, Anakín Skywalker...qué más da si nuestro final siempre será el mismo? Pues no...no da igual..que se lo pregunten a maestro Yoda..."El miedo es el camino al lado oscuro. El miedo conduce a la ira. La ira al odio. El odio lleva al sufrimiento"
    Un saludo compañero...
    Jose

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